¿Y para qué te quieres casar?

Gracias a descubrimientos arqueológicos se han desarrollado diversas teorías. La mayoría de ellas contemplan que antes del sedentarismo, los seres humanos vivían en tribus, su alimentación de cada día dependía de lo que pudieran cazar y recolectar en el mismo día y no existía el concepto de “monogamia”, pues las relaciones sucedían entre cualquiera de los miembros de la tribu con cualquiera de los demás miembros de la tribu. Se cree que tenían claro que la interacción entre las mujeres y los hombres de la tribu daba como resultado embarazos y, por consecuencia, bebés; pero al no existir propiedad privada, nunca fue importante conocer quién era hijo de quién, pues todos los bebés e infantes eran cuidados por toda la tribu y crecían en su seno.

Al descubrirse y desarrollarse la agricultura, la interacción humana cambió e inició el sedentarismo, lo que permitió que quien fuera dueño de la tierra tuviera cierta seguridad alimentaria a cambio de trabajo duro, lo que hizo prudente la instauración de la propiedad privada. Cuando una persona fallecía, era importante saber lo que sucedería con su patrimonio, por lo que entró en vigor el concepto de herencia. En este sentido, para poder designar a un heredero, se acostumbró a que éste fuera un hijo biológico, y el mecanismo para asegurar que lo fuera era al mantener una relación monógama en pareja bajo la institución del matrimonio.
Las sociedades humanas siguieron desarrollándose junto con sus instituciones, entre ellas el matrimonio, hasta llegar al punto en el que la forma en la que un individuo pagaba impuestos o tributos era distinta a la forma en la que lo hacía una familia, por lo que contraer matrimonio implicaba otras características.

En la actualidad, la connotación del matrimonio ha cambiado muy poco, pues es una institución que permite tributar en familia, provee de ciertas garantías y seguridades jurídicas, facilita mecanismos de herencias, entre muchas otras características políticas, mientras que a nivel social está cargado de implicaciones culturales dependientes de los círculos sociales, además de representar una manera en la que se comunica la seriedad de una relación. Ésta es tan solo una de las formas en las que se puede interpretar el matrimonio.

Así pues, la institución del matrimonio evolucionó de ser un mecanismo para determinar la paternidad de los hijos a un sistema que beneficia jurídicamente a familias mientras que comunica socialmente el estado de una relación entre dos individuos consensuados mayores de edad. Es coherente, entonces pensar que cualquier pareja de adultos consensuales pueda acceder a la institución del matrimonio, independientemente del género de las personas que conforman la relación. Sin embargo, no en todo el mundo se les reconoce el matrimonio a personas que tienen el mismo género (conocido como matrimonio igualitario), y al no reconocerlo se les niegan los derechos jurídicos y sociales mencionados a un sector importante de la población.
Específicamente en México, el manejo de normativas de registro civil son competencias locales de cada estado y no se manejan de manera federal. Actualmente, el matrimonio igualitario se reconoce en 20 de las 32 entidades federativas, mientras que en las otras 12 es necesario recurrir a un amparo para que se pueda reconocer.

De acuerdo al artículo séptimo de la declaración universal de los derechos humanos, “Todos son iguales ante la ley […]”, lo que quiere decir que tienen derecho a los mismos derechos que cualquier otro de sus conciudadanos, por lo tanto, es crucial que la figura del matrimonio sea accesible a toda la población independientemente de la orientación sexual o identidad de género de cada ciudadana y ciudadano.
Mapa en el que se muestra las entidades federativas en las que se reconoce el matrimonio igualitario y la figura jurídica por la que se logró (falta Tlaxcala) (Mendoza, 2020)

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