Obsolescencia Programada

La obsolescencia programada es la planificación del fin de la vida útil de un producto, de modo que, al pasar un periodo de tiempo determinado por el fabricante, el producto se vuelve obsoleto o deja de funcionar. Muchas empresas hacen esto para incentivar el consumo.

Tras la crisis de 1929 se propuso la ley de la “obsolescencia programada” la cual pretendía que todos los productos tuvieran fecha de caducidad para maximizar las ventas y generar empleo.

El primer producto que fue víctima de la obsolescencia programada fue la bombilla eléctrica. En 1924 se reunió un grupo de hombres en Ginebra, quienes crearon el primer cártel mundial para controlar la producción de bombillas y así repartir el mercado mundial. El cártel se llamó Phoebus, donde se incluyó a los principales fabricantes de Estados Unidos, Europa, Asia y África. El objetivo era intercambiar patentes, controlar la producción y hasta al consumidor, esto con el fin de que compraran bombillas con regularidad, ya que, si duraban mucho, se iban a comprar pocas y por lo tanto sería una pérdida económica. Al principio la bombilla de Edison duraba 1,500 horas, pero cuando se crea Pheobus, su vida útil pasa a 1,000 horas y se establece que ninguna compañía puede hacer que dure más de ese límite y que no pueden hacer publicidad con la cantidad de tiempo que duraba. Si se violaban las reglas, las empresas eran seriamente castigadas.

La obsolescencia programada surge al mismo tiempo que la producción en masa y la sociedad de consumo. Las nuevas máquinas podían producir mucho más rápido por menos costo, lo que hacía que la mercancía fuera mucho más barata, haciendo a los productos más accesibles para el consumidor. Por lo tanto, si se fabricaban productos de buena calidad, que duraran, ya no iban a tener que volver a comprar los consumidores, entonces se estaría produciendo demasiado y esto significaba una pérdida para los negocios.

En los años 50´s, regresa la idea de la obsolescencia programada, pero ya no de forma obligatoria, más bien seduciendo al consumidor y se convierte en el deseo del éste de poseer algo más nuevo, mejor y antes que los demás. Los productos se empezaron a diseñar para crear un deseo que impulsara a los consumidores a comprar. A diferencia de los productos europeos, que se creaban con la idea de ser los mejores y que durarán para siempre, los productos americanos hacían que la persona compre lo más nuevo y con la imagen más innovadora. De esta manera, la gente se fijaba más en el aspecto de las cosas, en lo nuevo, bonito y moderno; nadie obligaba al consumidor a comprar un nuevo producto, se vendía la libertad y la felicidad a través de éstos. Este modo de vida de los años 50 sentó las bases de consumo de la vida actual.

Sin la obsolescencia programada no existirían los centros comerciales, no habría más productos, industria, diseñadores. Ha fortalecido el crecimiento económico del mundo occidental. Serge Latouche, profesor de economía de la Universidad de París, propone que la sociedad ha sido manipulada para crecer por crecer, no para crecer por satisfacer las necesidades y que para satisfacer el crecimiento se necesita de tres cosas que son: la publicidad, la obsolescencia programada y el crédito.

Como dice John Thackara, diseñador y filósofo “pedimos créditos que no podemos pagar, para consumir cosas que no necesitamos”.

A finales de los años 50, los consumidores se empiezan a dar cuenta de esta trampa de los empresarios, por lo que se crean las leyes de garantía que protegen al consumidor.

Críticos han alertado que este modelo de vida de consumo no es sostenible. Una de las consecuencias que ha tenido este modelo económico es la cantidad de desperdicio y basura que ha creado, pero esta basura, además, no se queda en Estados Unidos, todos los televisores estropeados y computadoras terminan en países de tercer mundo como productos de segunda mano, que en realidad son basura.

Zygmunt Bauman en su libro de “Vida Líquida” explica que, en la Postmodernidad, gracias al proceso de industrialización, entramos en una época en la que lo que importa es producir y en cuanto más produces mejor, creando así “el mercado”. En su libro propone que el hombre trata de solidificar sus esfuerzos en algo tangible y que esto lo lleva a un cambio en las cosas, y el miedo que siente de ser obsoleto si no realiza estos cambios lo conduce al consumo, por lo tanto, cada “necesidad” o, más bien, cada deseo creado puede ser satisfecho, pero nunca del todo ya que siempre vas a querer algo nuevo.

La obsolescencia programada ha traído varias consecuencias positivas como negativas. Las consecuencias positivas son el avance tecnológico que se ha tenido, el sentimiento de querer progresar y mejorar lo anterior; pero las consecuencias negativas son mucho mayores y significativas, ya que, al tener la obsesión de satisfacer los deseos que nos crea la misma industria de querer cambiar y tener lo más nuevo todo el tiempo, estamos creyendo que vivimos en un mundo con recursos ilimitados que nunca se van a acabar, pero la realidad es que el mundo es limitado y finito y al paso que vamos, vamos a terminar muy rápido con él. Los desechos que estamos generando son enormes y ya ni siquiera hay lugar para ponerlos, no estamos haciendo las cosas reusables ni reciclables.

Es momento de tomar conciencia y generar un cambio radical en la sociedad, en la forma de consumo y en darle una segunda vida a las cosas. Es tiempo que la industria cambie y empiece a pensar en el futuro, no de ellos, sino del mundo, ya que nos lo estamos acabando y no nos damos cuenta de que el mundo es nuestra casa y es la única que tenemos. Es tiempo de pensar en las generaciones futuras y en lo que queremos dejarles a ellos. Ya no se trata de qué tengo y cuánto tengo, sino de cómo lo uso y qué hago con ello, pensando en los demás.

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